TRANSFORMACIÓN, ASIMILACIÓN, DISOLUCIÓN, DESTRUCCIÓN. LLÁMENLO CÓMO GUSTEN.
TRANSFORMACIÓN, ASIMILACIÓN, DISOLUCIÓN, DESTRUCCIÓN. LLÁMENLO CÓMO GUSTEN.
Hace
unos años leí un magnífico artículo de opinión del académico Arturo Pérez
Reverte titulado “Los godos del emperador Valente”. Las noticias de las últimas
fechas de la llegada de oleadas de inmigrantes ilegales a Canarias, la
detención de una célula yihadista en Barcelona e importada en patera como “refugiados”,
o la de un ataque con ácido a dos mujeres en Málaga, me lo han devuelto a la
memoria.
La
civilización occidental se ha comportado cómo la cigarra del cuento durante el
verano. Se ha acomodado, disfrutando de su estatus y posición, descuidando los
tiempos futuros. Ha olvidado o renegado de donde viene. Ha olvidado la sangre y
esfuerzo que supuso llegar donde está. Ha olvidado el deber que tiene para con
las generaciones futuras. Y mientras disfrutaba de un duermevela placentero a
la sombra de una higuera, los nuevos reclutas, “los americanos”, tomaban el
relevo para mantener su civilización en pleno apogeo. Los europeos, antaño
dueños del mundo, se limitaban a quejarse de lo ruidosos que eran los nuevos
reclutas, a gruñir ante la brutalidad que desplegaban para hacerse con la cima
del poder. La misma “brutalidad” que los europeos desplegaron antes pero ahora
son demasiado tiquismiquis para
hacerlo.
Cómo
era de esperar, esos reclutas “americanos” ya no pueden o no quieren seguir
haciendo más de perro guardián, ni de herederos de valores y principios que
hace un siglo estaban abocados a desaparecer en su propia ambición y endogamia.
Los
políticos europeos siguen bailando al compás de un vals cómo hacían los
aristócratas austriacos mientras su imperio centenario se derrumbaba entre los
cañonazos de la Primera Guerra Mundial.
Mientras,
llegan oleadas de inmigrantes ilegales a nuestras costas, demasiados para ser
asimilados, demasiados para ser integrados. Los europeos les miran con ojos de
conejito de dibujos animados, pensando que quizá se merezcan lo que ocurre, por
unos pecados que ellos no han cometido. ¿O nos estará pasando como al emperador
Valente y estamos dejando pasar a los bárbaros porque no podemos hacerles
frente?
El
hemisferio occidental está adormecido, pierde sus fuerzas intentado
arrepentirse de aquello que sólo una falsa conciencia le autoinculpa.
Una
civilización nacida en el este tomará el relevo, y la juventud, la fuerza y el
hambre de los ilegales serán los que
hagan el trabajo sucio y aplique el descabello a la Europa de las luces, de las
ideas, de los derechos, si no ponemos una solución.
D. Arturo
dice en su última frase: “Los imperios tardan siglos en desmoronarse”; yo digo;
“Puede morirse poco a poco, pero los estertores finales se suceden a una
velocidad vertiginosa”.
Quizá por simple aplicación de la
ley darwiniana de selección de las especies nuestra civilización merezca
desaparecer. Ya ha ocurrido con antelación
y cómo dice D. Arturo, no hay nada nuevo bajo el sol, todo ya ha
ocurrido antes.
Y cómo
ha pasado a lo largo de toda la historia humana todo tiene un principio y un
fin.
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