DOS HERMANOS.
DOS HERMANOS
La
idiosincrasia de nuestra nación posee una cantidad de adjetivos innumerables
pero el de cainita se mantiene pegado a nuestra piel como la tinta de un
tatuaje indeleble.
Dentro
del “ADN español” tiene que existir una parte donde tenemos grabado el odio
ancestral al feto que comparte con nosotros la bolsa amniótica dentro del
vientre de la madre. Desearíamos poder meterle un dedo en sus ojos cerrados
mientras le arrancamos el cordón umbilical para ahorcarle después con el. Estoy
seguro de que los Caín y Abel del Antiguo Testamento fueron ambientados en la
primera riña familiar desarrollada en el solar ibérico. Generalizando, que ya
es mucho decir, el español podía definirse cómo extrovertido, comunicador,
emprendedor, aventurero y, sobre todo,
practicante de un cainismo feroz.
Nuestra
clase política, también de forma general, puede definirse de multitudes formas,
agradables o no tanto, pero es
lista, no lista de inteligente, si no lista de aplicar la picaresca en un grado
donde ellos creen asegurarse la propia supervivencia. Y esos pequeños pícaros
revoltosos encontraron el salvavidas, que les mantiene a flote, en el odio
cerval que posee el español a su vecino, en la repulsión intestinal a ese que
pone el taladro en funcionamiento un domingo a las 8 y media de la mañana
mientras que él enciende el equipo de música a toda castaña.
Nuestros
políticos, esas personas que supuestamente existen para servir al ciudadano,
retuercen hasta exprimir la última gota esa inquina vecinal que les ayuda a
controlar el poder. Mantienen vivos los conceptos “derecha e izquierda”
derivados de la asamblea nacional tras la revolución francesa. Dos conceptos
que hoy se desdibujan en las mentes de aquellos que miran al frente sin querer
verse empañados por el juego sucio de la política.
El
españolito de a pie, no tiene tiempo para esas cosas, engulle las ideas
precocinadas que le sirven calentadas 2 minutos en el microondas de las redes
sociales o las televisiones. No se para a pensar que la instantánea de nuestro
suelo patrio podría ser cómo el cuadro de Augusto Ferrer-Dalmau donde dos
soldados españoles caminan juntos en la misma dirección ,dándose apoyo. Esos
españolitos sin tiempo no se paran a pensar que los políticos, que no trabajan
por el bien de todos, si no por el suyo propio, les tienen anclados en el óleo
del maestro Francisco de Goya del duelo a garrotazos, donde ellos son los majos
que se apalean hasta la muerte enterrados a la altura de las rodillas en la
ponzoña que esparcen sus mandatarios. Nos llevan una y otra vez a machacarnos,
con la quijada de un asno, una falcata íbera, un mandoble, un trabuco, un
máuser, un cóctel molotov o una piedra.
España,
siendo la madre que siente cómo los fetos que lleva en su vientre se apalean
con saña, podría compararse con la Antígona griega de Sófocles que por hacer lo
correcto pagó con su vida la afrenta que le planteó el destino.
Este país parecería una obra
teatral tragicómica si no costase lágrimas y vidas a personas reales.
Cicerón el Escéptico.
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