LOS ASESINOS DE LA HONESTIDAD.
LOS ASESINOS DE LA HONESTIDAD.
“¿Qué
es un político papá?”, me preguntó mi hijo…
Esa
inocente pregunta me dejó pensativo. ¿Le doy la respuesta teórica o la real?
Teóricamente un político es aquella persona que se siente en el deber máximo de
servir y ayudar a sus compatriotas, y se entrega al sacrificio de su vida,
tiempo y hacienda por ello. En la práctica, gran parte de las veces, un político es un señor, o señora, no vaya a
ser que me acusen de misógino, que se dedica a servirse él mismo de los mecanismos
de la sociedad en beneficio propio, sin importar el perjuicio que pueda
provocar al ciudadano gobernado.
Ante
esa disyuntiva, y tras mirarle a esos ojos llenos de candidez respondí: “Hijo,
un político es un señor, o señora (de nuevo), que sale mucho en la tele para
hablar de muchas cosas sin decir nada”.
Ustedes
pensarán que ¡vaya tipo de respuesta di!, ¿pero no creerán que voy a ser yo
quien destruya esa ingenuidad pueril? ¿Qué le voy a decir a mi hijo? ¿Que un
político es un señor, o señora (otra vez), que sería capaz de arrancarle el
último salvavidas de las manos para salvarse él mismo en un naufragio?
Mi
mente, de manera peregrina, acarició la idea, allá por noviembre, de que
nuestros políticos podrían valerse de su posición para sacar provecho propio de
la vacuna contra el virus chino. “¡No hombre, no! ¿Cómo puede ser un humano con
algo de poder tan sumamente ególatra y avaricioso en el siglo XXI en el
hemisferio occidental?”, fue la respuesta que cavilé.
Pues
ya han visto ustedes cómo la realidad siempre supera a las ficciones más
calenturientas. Nuestros políticos, esas personas que deben “servir” a los
demás, se valen de su posición para ser los primeros en saltar al “bote
salvavidas” pisoteando las cabezas de sus congéneres, mientras centenares de
sus compatriotas mueren ahogados en las UCI´s saturadas de nuestros hospitales.
Esto no es más
que uno de los numerosos resultados de esa relatividad moral que se ha adueñado
de la sociedad occidental de la que les hablaba hace unos días. Todo es
relativo, y cómo se dice vulgarmente: “Ande yo caliente, ríase la gente”. Esta
sociedad de ética vacua e inane, esta sociedad adormecida en los laureles
ganados con esfuerzo por sus padres y abuelos, se comporta cómo un niño
consentido que se emperra con cualquier fruslería por la que es capaz de montar
un guirigay tirado en el suelo llorando, mientras sus hermanos le miran pensado
en la ceguera estúpida que no le deja ver los errores que comete, y que se está
poniendo perdidico de mugre revolcándose en la calle y cuando le pille su madre
Gaia“ lo va a poner fino”.
Los infames
que, egoístamente de la forma más cruel, se han vacunado antes de turno
deberían pagar semejante felonía de manera dura y contundente. No merecemos
tolerar comportamientos de semejante jaez.
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