PAISA, PAISA…, TODO BUENO, BONITO, BARATO.

                 El zoco de Marrakech es un lugar colorido, pintoresco, un mercado callejero donde nada tiene un precio fijo, donde todo es negociable, donde el regateo se convierte en método de conversación cotidiano y natural. A la política española ya se le intuía como firme competidora a ese zoco de mercaderes, pero lo acaecido en las últimas semanas es comparable, no a decir “el rey está desnudo” si no, a golpear con una vara de acebuche verde en las nalgas del monarca para hacer más patente ese desnudez mientras se vocifera esta a los cuatro vientos.

                Bochornoso y vergonzante son adjetivos que quizá queden cortos para definirlo. Intentos, de los que se definen como firmes representantes de la democracia, para doblegar la voluntad popular a sus designios mediante mociones de censura o negociaciones posteriores, demuestran la fe inexistente de la estirpe política en esa voluntad del pueblo. Demuestran la incapacidad de la clase política para desarrollar su labor de una forma limpia y honesta.

                Muchos dirán que el arte de hacer política es eso, la negociación, pero arrastrar por el lodo el arte del mercader para convertirlo en el del traficante es algo inaceptable en una sociedad que se valore a sí misma.

                Nuestros dirigentes, ese linaje que ya no toca con sus prístinos pies el sucio suelo del resto de los mortales, esa raza que vive en un plano superior con vapores de incienso y luz blanca de pureza, se han arrastrado por el estercolero, han apalancado sus poltronas y sus moquetas sobre el líquido infecto de la podredumbre de cadáveres políticos, de las miserias humanas que sufre el resto de la plebe, sin verse afectados. No les importa si “Pepito” puede pagar la factura de luz, el recibo del agua, llenar el tanque de líquido con precio de oro que echa a su vehículo, o llevar un mendrugo de pan a su mesa. Solo les quita el sueño que el esclavo contribuyente siga pagando impuestos exorbitantes. Solo se pelean y apuñalan a cara de perro para ser ellos los que gestionen el magro botín de semejante saqueo.

                Y no se avergüenzan si, al entrar en un hemiciclo, encienden la luz y se les sorprende ofertando el precio de a tanto el kilo de consejero, concejal, diputado o ministro. No se les cae la cara de vergüenza porque, o bien nunca la han conocido, o no gastan de eso.

                Llegar a extremos de ruindad, vileza, infamia, que no hubiesen sido sospechados por los hombres de bien antiguos, por aquellos que marcaron los valores de esta nación, por aquellos que asentando su morrión sobre la testa, y no teniendo nada que llevar a la boca gran parte de los días, fijaban como algo de valor incalculable, no un trozo de pan, si no la honra, SU HONRA. Por esa honra antes se mataba y se moría en cualquier esquina de esta piel de toro. Hoy se vende por cualquier fruslería o baratija de un puesto del zoco marraquechí.

Más vale honra si barcos, que barcos sin honra.

 

               

Cicerón el Escéptico




 

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